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jueves, 2 de mayo de 2013

Miranda (Primera Parte)

· Luis María Valero

Él no iba a mi clase, y por lo tanto tampoco formaba parte de mi pandilla, si es que a los ocho años se puede tener ya pandilla. En aquellas primeras complicidades de los patios, el filtro sociológico de la clase resultaba demasiado fuerte, casi insalvable. Tu clase se convertía en tu microcosmos, también para las relaciones sociales, y fuera de ella casi todo te era ajeno. Así, hasta Sexto mi pandilla fue itinerante y estuvo formada por aquellos niños de mi clase que jugaban al fútbol. Tan simple como esas dos variables combinadas: A) Va a mi clase. B) Juega al fútbol. Si cumplías A y B, y además no nos caíamos demasiado mal, casi seguro que acababas bebiendo fanta en mi cumpleaños.

Él no iba a mi clase. Yo era de Tercero A, los de Doña Rosa. De la existencia de Tercero B, Tercero C y Tercero D sólo tenía una vaga constancia. Los veía haciendo la fila en paralelo a nosotros antes de subir a las aulas de Maristas La Fuensanta, jugaba contra ellos algún sábado por la mañana y compartíamos excursiones a Tentegorra, pero aún así, se imponía el orgullo de pertenencia, que a esas alturas estaba marcado por la letra, y establecías una barrera.

La ‘A’, ese simple garabato, significaba algo para nosotros. Representaba nuestra singularidad, la de una clase con sus propios estratos, su mayor porcentaje de rubias que de morenas, con sus costumbres, con la maravillosa Rosa al frente; y el C, por ejemplo… Bueno, supongo que el C tendría también sus historias, su mundo, pero que nadie nos mezclara. Tanta era la identificación que al año siguiente, cuando caías en Cuarto D, necesitabas varios días de transición para asimilar el golpe, la revolución que suponía defender otra letra.

Tercero A era una especie de pueblo de la Alpujarra al que no llegaban demasiadas noticias de fuera. Sin embargo, de aquella noticia sí que nos enteramos: alguien de otra clase había hecho algo raro en la capilla del colegio. El informador era Joaquín, mi compañero en el pupitre biplaza. Joaquín ya debía dominar las fórmulas para estimular la expectativa en el interlocutor, y se valió de una de ellas: “¿Sabes lo que ha hecho un niño de otra clase en la capilla?”.

No, no lo sabía, y tampoco podía imaginar gran cosa. Con ocho años suponía que el más grave acto de indisciplina o rebeldía que se podía cometer en una capilla era hablar cuando tocaba guardar silencio. La plena consciencia acerca de las múltiples maneras en las que puedes turbar la paz de una capilla no llegaría hasta la adolescencia.

Así que no, Joaquín, no sabía lo que había hecho ese niño en la capilla; me tenías intrigado, comiendo de tu mano. Y recuerdo que te metí prisa para que terminaras la historia, porque yo tenía que hacer no sé qué ejercicio de no sé qué asignatura. Entonces lo soltaste:

-Pues resulta que el capellán empezó a rogar por los enfermos, por los que pasan hambre, por el fin de las guerras… Y luego preguntó si algún alumno quería hacer un ruego concreto, por algún problema personal. Nadie dijo nada. Pero entonces este niño levantó la mano, salió al altar y… y pidió por el Real Murcia.

(Fundido a negro)

Han pasado 20 años. Estoy esperando a que ese niño, que se llama Juan Ramón, baje de una vez a su portal, para que así podamos montarnos en el coche y empezar a recorrer los millones de kilómetros que nos separan de Miranda de Ebro. Es una tarde soleada de febrero, de esas en las que miras hacia Chambi de reojo, haciendo cuentas, por si acaso hubiera concluido ya su hibernación. Pero todavía no. 

Mientras Juan sigue sin bajar, le doy vueltas a algo: ¿Y si acaso este partido en Anduva y este viaje de amigos acompañando a su equipo son posibles gracias a aquella petición suya en la capilla, a la desesperada, justo cuando el Murcia estaba al borde de la desaparición, en 1992? ¿Y si arriba de verdad escuchan? Quizás por eso, porque le escucharon, se explicaría lo de Girona y las demás fatigas. Hay que pagar muchos intereses.

Ya baja Juan Ramón. ¿Os venís a Miranda?

(Continuará)

3 comentarios:

  1. Emocionante! Me ha encantado. Quiero más.

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  2. Jajaja. Me hubiera gustado estar cuando Miranda pidió por el Real Murcia, el cura se quedaría a cuadros.

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  3. ¿Cúando volverá nuestro Real a ser un club para todos los murcianos?? ¿Cuántos niños van al estadio y ven a jugadores indolentes, a empresarios metidos a presidentes del club de nuestros amores? Siempre Real

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